29 de Septiembre de 2023
La educación es el paso fundamental que conduce a la inclusión. Permite combatir la pobreza y es la puerta para que todos los jóvenes tengan la oportunidad de elegir su futuro y construirlo.
Un joven con educación es un joven con un futuro mejor. Suena bien esta frase, ¿no? Pero, ¿qué significa? Si queremos entenderla y ponerla en práctica hay que ver cuáles son las dos palabras que tienen más fuerza: educación y futuro. Lógicamente también decimos “mejor”, pero para que tenga esa cualidad primero tiene que existir ese futuro. Parece una obviedad, ¿verdad? Sin embargo, pensemos en cuántos jóvenes no tienen futuro o, mejor dicho, no tienen una idea de futuro. Muchos chicos y chicas viven en situaciones de vulnerabilidad, en diferentes aspectos. Económicos, alimenticios, de (in)seguridad. Esos jóvenes, entonces, no tienen la posibilidad de pensar qué futuro quieren y cómo, a partir de ahí, construirlo. Simplemente deben aceptar lo que les toca y vivir el día a día como se pueda.
No tienen la posibilidad de soñar, de pensarse en un largo camino, de elegir, incluso de equivocarse y reintentar, la mejor forma de aprender. Peor aún: no se les enseña que pueden elegir, que pueden soñar(se). Pensando en situaciones concretas, desde Misiones Salesianas son categóricos y claros: “La educación es el principio de un círculo virtuoso que va a suponer un cambio para la persona y para su comunidad. Un niño o niña que va a la escuela mejorará sus hábitos de higiene y alimentación, también su salud, se casará más tarde, vivirán su maternidad/paternidad de manera más responsable, sus hijos irán a la escuela, mejorará su calidad de vida porque conseguirá un mejor trabajo, conocerá sus derechos y no dejará que abusen de él o ella, querrá participar en la toma de decisiones de su comunidad y aportará al desarrollo de su país”. Ahora el ejercicio es leerlo al revés. Ver todos esos resultados enumerados hasta llegar a su causa: la educación. Suena increíble que una sola razón derive en todas esas consecuencias, pero, obviamente sin ser algo perfectamente lineal, es esa misma causa la que abre las puertas para alcanzar todos esos beneficios, pensando también que cada uno de ellos lleva a los otros, de manera que se retroalimentan entre sí. Todo eso nace de la educación. Educación a la que todo chico y chica tiene derecho desde que nace. Educación que le va a permitir pensar su vida y fabricarla. “Es un círculo virtuoso”, es decir que la educación de cada uno nos ayuda a todos.
En términos estadísticos, Misiones Salesianas también aporta, basándose en estudios de organismos internacionales, que la tasa de pobreza mundial podría reducirse a la mitad si todos los jóvenes tuvieran la posibilidad de terminar sus estudios secundarios. Pero además de las mejoras materiales (por ejemplo, a partir de tener una educación de calidad se podrá acceder a un trabajo digno, lo cual permitirá vivir en condiciones dignas), la educación permite a cada joven saber cuáles son sus derechos y responsabilidades, cuáles son los caminos que puede elegir y generar herramientas para seguir sus elecciones. Todo eso a partir de un elemento central: la identidad.
La educación permite al chico y chica saber quién es, elegir quién es y defender quién es. Con tanto adelanto tecnológico y tanta automatización, la piedra fundamental para hacer un mundo mejor es algo que nace con y desde el humano. Algo tan simple y que sin embargo resuelve tantas cosas. Nos matamos pensando mecanismos hiperdesarrollados y complicados cuando la herramienta más poderosa la tenemos acá y ahora. ¿De qué hablamos cuando hablamos de educación? De que todos tengan la oportunidad de construir su vida, de que todos podamos elegir quiénes somos y de que, sabiendo las capacidades que tenemos, podamos aprovecharlas para ayudar a los demás.