21 de Septiembre de 2017
En Villa Luzuriaga, la entrega gratuita de tiempo y esfuerzo que semana a semana realizan los vecinos en San Juan Bautista cobra sentido al entrar en contacto con la vida de la comunidad.
Cada sábado por la mañana San Juan Bautista hierve de actividad. La feria de ropa recibe a quien entra. Puerta del templo por medio, las madres de los chicos de catequesis están en plena reunión. ¿Y los chicos? A la vuelta, en el salón: son más de veinticinco. Una puerta más y otros tantos se preparan en el segundo año de formación. Cruzando el patio, otra sala y la difícil tarea de no distraer a chicos de diez años que, en silencio, siguen con su catequista la lectura del Evangelio, mientras que en el cuartito de enfrente los representantes de los grupos juveniles siguen el orden del día de su reunión mensual. Y esto tan sólo en la sede parroquial: otras cuatro comunidades —Madre de los Pobres, Centro Don Bosco, Laura Vicuña y Ceferino Namuncurá— con la misma intensidad viven una experiencia de Iglesia viva, comunitaria y popular. San Juan Bautista no tiene escuela ni centro de formación profesional, aunque sin duda le sobran educadores. Es, desde hace más de cincuenta años, una parroquia salesiana enclavada en el oeste del conurbano bonaerense, más específicamente en la localidad de Villa Luzuriaga —vecina a San Justo, partido de La Matanza—.
A cuarenta y cinco minutos del Obelisco porteño, calles sin asfaltar conviven con otras recientemente pavimentadas y sectores de barrios populares consolidados dan lugar a villas de emergencia y terrenos baldíos. Por su cercanía con el teologado del Sagrado Corazón de San Justo, es el lugar donde hace décadas los salesianos en formación realizan sus actividades de apostolado de fin de semana. Uno de los que están “de paso” es Alexis, de 27 años, originario de San Luis. Junto a otros salesianos, él acompaña a los numerosos grupos juveniles que reúnen a los chicos y chicas de la zona, cientos de ellos, en un territorio parroquial de unas cuatrocientas manzanas y alrededor de cuarenta mil habitantes. Habiendo pasado por distintas obras en sus etapas de formación, reconoce que “esta parroquia tiene la característica de que lo que te liga es la comunidad. No hay un contrato de por medio, no hay relaciones formales. La pertenencia a la obra surge desde ese sentido de comunidad: como pertenezco, la quiero ayudar”.
Walter tiene 53 años y jamás pensó en volver a la parroquia, aunque en ella había pasado los momentos más lindos de su infancia. Pero desde hace dos años es el coordinador, un rol con tantas responsabilidades y tareas como llaves cuelgan de su llavero. “Hay que tener mucha paciencia; dialogar, escuchar. No es fácil, pero no soy un empleado. Yo trabajo para Dios. La parroquia es de la comunidad. Yo trabajo para que esto crezca y que sea Dios quien vea mis obras”. Para Walter, la principal tarea de la parroquia es ser misionera en el barrio: “Cuando al chico le das algo bueno, cuando le das la Palabra, no se olvida más. Ahora vienen casi cien chicos a catequesis.” A no más de diez cuadras de la sede se ubican otras cuatro capillas que ayudan a cubrir todo el territorio parroquial. En cada una de ellas una pequeña comunidad se encarga de animar distintas actividades: catequesis familiar, oratorio, feria de ropa, cursos de formación. Además, una vez a la semana tiene lugar la celebración de la Eucaristía. Otra de las características distintivas de esta presencia salesiana es el gran número de diáconos permanentes, que son laicos que se forman y, además de trabajar y tener una familia, sirven a la comunidad a través de la predicación de la Palabra, la visita a los enfermos y la celebración de algunos sacramentos. Asimismo, numerosos fieles prestan otros servicios, incluso abriendo las puertas de sus hogares para brindar, por ejemplo, encuentros de catequesis. En las actividades recreativas los jóvenes son los protagonistas.
Ellos llevan adelante los oratorios de las diferentes capillas, el batallón de Exploradores y también la catequesis. Semana a semana ofrecen sus experiencias de vida, sobre todo por haber atravesado por situaciones similares a las que todavía hoy están expuestos muchos de los chicos y chicas del barrio. Pero al mismo tiempo estos animadores encuentran en la parroquia una inspiración para soñar y construir un futuro diferente.
Fuente: Boletín Salesiano