28 de Febrero de 2018
Los chicos tienen que estudiar y formarse, no trabajar o cumplir lo que otros no pudieron. Dejarlos disfrutar sus etapas es lo sano; el apurarlas, un error.
A Omar, de 10 años, todos los días se lo ve en el barrio tirando de un carro en la calle, juntando lo que puede para sobrevivir. Priscilla, de 12, otra noche más debe cuidar de sus hermanos menores porque no hay ningún adulto en casa. Camila, con 14 años recién cumplidos, tuvo que dejar los estudios y ponerse a trabajar para sostener a su familia. Y Cristian, a sus 9 años, se siente obligado a meter ese penal que va a patear ante los gritos desaforados de los padres exigiendo que no falle. Los nombres son inventados, pero las escenas no. A ellas podemos sumarles el caso de los niños soldado , a los que les dan un arma en vez de lápices, como sucede en Colombia.
Esos episodios se repiten en las vidas de muchos chicos y chicas que no pueden vivir lo que para otros jóvenes de su edad es natural. El tiempo pasa y nos vamos poniendo viej… responsables Desde que una persona nace, el paso de los años lo va encontrando con nuevas habilidades y conocimientos, así como responsabilidades. Las capacidades de un adolescente y lo que se le puede pedir no es lo mismo que en el caso del adulto. Los jóvenes deben estudiar y aprender, sea en el plano formal como en el no formal. Y deben poder disfrutar ese proceso, entenderlo y poder conectarlo con su ritmo. Trabajar no es su función, sí formarse para poder hacerlo en el futuro. Por supuesto que son un sostén y apoyo para todos sus familiares menores, pero el cuidado de ellos no debe ser su responsabilidad.
Tampoco son los sueños que los adultos no pudieron cumplir. Si la vida de actor, deportista de élite o abogado exitoso no se le dio a los padres, de ninguna manera es obligación de los hijos hacerlo realidad. ¿Cuál es su “obligación”? Poder elegir, hacer lo que le hace sentir bien, seguir el camino en el que sus gustos y destrezas se unan y desplieguen.
Es allí donde el papel de los adultos cobra una enorme importancia. Cuando el joven elija, se equivoque, dude y trastabille va a levantar la vista esperando un consejo o un impulso. Los pasos del adulto no están para ir encima de los de los chicos, tampoco adelante, sino al costado. Para acompañarlos, para guiarlos, para levantarlos. También para corregirlos, por supuesto, pero en pos de cuidarlos, no en función de imponer lo que al adulto se le antoja.
La niñez y la juventud son las etapas para equivocarse, para cambiar, para probar. También para vivir con cierta inocencia y dejar volar las fantasías. Ya llegarán los años de trabajar y de estar atado a “mil” responsabilidades. Pero hay etapas para todo. Saltarlas es quemarlas y no hay vuelta atrás. Los jóvenes sólo deberían preocuparse por estudiar, formarse y divertirse. Tienen que disfrutar ese proceso durante el cual forman su identidad. Para lo demás ya habrá tiempo.