20 de Febrero de 2019
La educación formal es la propuesta preventiva por excelencia. La posibilidad de aprender y equivocarse en un ambiente idóneo lleva a un futuro con opciones.
Existen pocas cosas que al producirse en un momento determinado tengan consecuencias directas en el futuro. Ninguna lo hace de manera tan cabal y efectiva como la educación.
Garantizar a un joven el acceso a una educación de calidad es la mejor vía para acompañarlo a un futuro digno, con oportunidades y opciones. Y si bien la acción pedagógica excede el espacio del aula, es ése el ámbito fundamental en que la formación se desarrolla.
En el salón de clases, como en la escuela en su conjunto, el joven es capaz de aprender sin temor a equivocarse. Incluso son los errores, las dudas y los cuestionamientos los que impulsan su proceso formativo: son mecanismos de aprendizaje que pueden darse con naturalidad en un ambiente familiar y de contención como el del aula.
La educación es un puente para que niños, niñas y jóvenes sean ellos mismos agentes de transformación, con capacidad crítica para reconocer y actuar ante las situaciones adversas por la que transita su vida y la de los demás.
La posibilidad de aprender desde la infancia favorece el desarrollo de las aptitudes presentes en cada joven. La educación no crea de la nada: potencia las capacidades que el chico y la chica tienen dentro de sí.
El proceso formativo deriva en la posibilidad de tomar decisiones, de pensar actos y consecuencias. Promueve que el joven conozca sus derechos y responsabilidades, comprendiendo tanto lo que le corresponde y debe reclamar, como las consecuencias de las decisiones que toma.
La educación tiene un beneficio directo sobre la vida de los jóvenes: el de poder elegir el camino. El de construir su futuro y transformar la realidad. El de ser agentes del cambio, en sus vidas como en las de los demás.